De entre todas las cosas espantosas que puede hacer el ser humano está la guerra, con ella muchos mueren, con ella muchos lloran, con ella hasta los que ganan pierden.
Os dejo un pedazo de una novela que estoy terminando, es una especie de multibiografía de vivencias que han compartido conmigo varias personas anónimas, este pedazo corresponde a la parte de la vida de mi abuelo en la Guerra Civil Española:
Me miro en el espejo y veo mis ojos oscuros, ojos que vieron todo el horror, el dolor y la pena de la guerra pasada, una desdicha por la que hube de pasar con fortuna viendo morir en ambos bandos a amigos, vecinos y familiares. Procuré huir de la miseria que había en España y la amenaza de la guerra por medio de la emigración, antes incluso de que me reclutaran para la formación militar obligatoria pero, como advierte mi herida en el hombro provocada por una bala que pudiendo atravesar mi corazón tropezó sin más en mi brazo, ni Cuba, ni Venezuela pudieron salvarme del enfrentamiento civil. En Cuba huí de Castro, logro que tuvo que esperar a que mi hermana fuera puesta a salvo en Caracas. Bajo muchas ayudas de amigos conseguí escapar del dictador cubano, un año más tarde, para poder reunirme con mi hermana, pero me reclamaron de España. Pensaba encontrar mi país como lo dejara, encontré una España enfrentada, una guerra entre hermanos, balas rozando las ropas, sangre por cada calle de la tierra que los vio nacer a todos, hube de enterrarme entre muertos para salvar mi propia vida, no perdonándosela a ningún amigo que sin tener un porqué mataría a sangre fría entre las sombras, las nieblas espesas, el humo de las escopetas y la tierra levantada. Jamás osé pensar en cuantas vidas había arrebatado de aquella manera tan fortuita y sinsentido en la que nos vimos enfrentados antiguos compañeros de faenas, anteriores a todo aquel declive humano de la sinrazón. Sobrevivir era el rezo continuo de cada día, sobrevivir entre aquella cantidad ingente de energúmenos batallantes sin bandera. Comencé en Melilla a causa del reclutamiento forzoso al que me vi obligado, poco tiempo después, con un arma entre las manos, me unieron a las tropas de la Comandancia de Melilla dirigidas por Franco, el cual se sublevara contra el Gobierno de la república existente hasta el momento. Esperamos el apoyo extranjero en África, hasta que los italianos nos enviaran aviones y barcos con los que pasar a la península hacía ya 23 años. Una vez terminada mi experiencia bélica volví a huir por el temor de la muerte, quise volver a buscar el consuelo de los míos en una pequeña comarca donde los proyectiles y bayonetas no pudiesen alcanzarnos de nuevo y así formar finalmente una familia en paz, trabajando en el campo y cuidando mi escaso ganado. Me prometí no volver a salir de aquel pueblo que me viera nacer, puesto que el resto que pudiera ofrecerme este nuevo mundo que se abría paso, era caótico e inhumano.
En el año 2007 se llevó a cabo un curioso experimento. Colocaron a Joshua Bell, uno de los más importantes violinistas actuales, junto con un violín Stradivarius de 1713 en una boca del metro de Nueva York, en hora punta.
Durante su concierto en el metro que podéis ver resumido en el siguiente video y que duró unos 45 minutos, apenas nadie fue capaz de distinguir la excepcionalidad de lo que estaba sucediendo a pocos metros de distancia, a pesar de que la música llegaba con toda su intensidad a sus oídos.
Calculan que llegaron a pasar por delante de él más de mil personas, 27 le dieron dinero y sólo cinco se pararon a escucharlo durante apenas unos minutos.
Joshua Bell, apenas unos días antes, había llenado el Boston Symphony Hall donde cada asiento costaba 100 euros.
El objetivo era calibrar el gusto artístico del ciudadano Neoyorquino, comprobar cuanta gente era capaz de distinguir entre un músico callejero y uno de los más importantes concertistas del momento. Pero evidentemente son muchas más las lecturas que pueden hacerse de esto.
Tu música no va a percibirse igual si suena en un sitio o en otro, y no me refiero a la acústica. Es importante que la gente se crea de antemano que lo que va a escuchar tiene valor.
Recuerdo un año en el que estuve colaborando en la venta de camisetas para una ONG en medio de la vía pública. Era curioso ver como la gente se acercaba cuando veía a más gente interesada y como ocurría lo contrario cuando no estaba nadie parado delante de nosotros. Al final la ONG decidió usar a voluntarios en forma de cebos para atraer a la gente, algo que la industria del marketing lleva tiempo haciendo.
Imaginaros esta situación: nos encontramos ante dos escenarios diferentes en los que aún no han salido los músicos a tocar. Contemplamos como en uno hay una multitud considerable de gente esperando, en el otro nadie o unas pocas personas desperdigadas. Sólo podemos escoger ir a uno, ¿a cuál iríamos? Quizá alguno de nosotros tenga un espíritu rebelde y vaya al concierto minoritario, pero lo habitual si uno no dispone de más información es ir donde ve más gente. Pero realmente la pregunta que quiero hacer no es esa. Imaginad ahora que los músicos y las canciones que tocan en un sitio y en otro son exactamente las mismas y tanto los artistas como los temas son inéditos. ¿La percepción de cada una de las canciones va a ser la misma? Pensad que repercusión puede tener la música en ambos escenarios tanto si esta es mediocre, buena o excepcional. Ese es el valor añadido.
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